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domingo, 28 de abril de 2013

El peso de la edad

Pie forzado impecable del panameño Prudencio Ramos.




Nace el hombre, una criatura,
pero al paso de los días
adquiere sabiduría
y endurece su estructura;
cambia también su figura
pero, a decirles verdad,
no tiene estabilidad,
por mucho que lo desee,
hasta que se balancee
con el peso de la edad.

Cuando un niñito se para
que da sus primeros pasos
su balance es tan escaso
tal parece que flotara;
con sus instintos encara
la difícil realidad,
manosea con ansiedad
como si correr quisiera,
esa etapa la supera
con el peso de la edad.

Como se puede observar
de los veinte a treinta y cinco,
en esa edad con ahínco
un hombre puede cargar;
se puede desempeñar
con sobrada agilidad
porque la capacidad
de sus fuerzas corporales,
exactamente estivales,
con el peso de la edad.

Cincuenta años de vida,
es la edad del desengaño,
a partir de allí los años
son una carga excesiva;
nuestros pasos loma arriba
se dan con dificultad
y, con la misma ansiedad,
los damos si descendemos,
es porque ya no podemos
con el peso de la edad.

Sesenta años, señores,
edad del convencimiento,
se recuerdan viejos tiempos
porque no vendrán mejores;
nos agobian los dolores,
se llena 'e nerviosidad
y ya hay que ser en verdad
muy varón y muy valiente
para no agachar la frente
con el peso de la edad.

El diablo en el paraíso

El mundo al revés, por la inolvidable chilena Violeta Parra.



El hombre se come el pasto,
el burro los caramelos,
la nieta manda al abuelo
y la sota al rey de bastos;
'l agua la llevo en canasto,
me duermo debajo el catre,
todo lo endulzo con natre,
bailo en la tumba del muerto,
mentira todo lo cierto
gritaba desnudo un sastre.

Los pajes son coronados,
los reyes friegan el piso,
el diablo en el paraíso
y presos van los soldados;
se premiaron los pecados,
fusilamiento de jueces,
en seco nadan los peces,
será un acabo de mundo
cuando en los mares profundos
las arboledas florecen.

Los justos andan con grillos
y libres van los perversos,
noventa cobres un peso,
seiscientos gramos un kilo;
los futres andan pililos,
los gordos son raquiticos,
brincaba un paralitico
sobre un filudo machete,
ocho por tres veintisiete
divide un matematico.

De asiento tienen el piano,
tocan música en la silla,
Caín es la maravilla
para el Abel de su hermano;
camínase con las manos,
los santos son pendencieros,
bendicen a los rateros,
se acuesta el perro en la cuna,
debajo 'e la blanca luna
la guagua muerde al rondero.

Aquí termina el ejemplo,
fue por el mundo al revés,
y, con la venia de usted,
al teatro lo llaman templo;
muy plácido te contemplo
dice el bandido a su presa,
es más hereje el que reza,
los viejos van a la escuela,
los niños a la rayuela,
ya «naide» tiene cabeza.

martes, 16 de abril de 2013

Tata, yo quiero ser diputado

Esta canción no ha perdido aún su vigencia.



Tata, búsquese otro socio
que el campo me tiene hastiao,
yo no nací pa el arao
sino pa el lujo y el ocio;
plantar papas no es negocio
ni tarea muy sencilla,
uno compra la semilla,
que da miedo lo que cuesta,
y el año que no se apesta
se la come la vaquilla.

Los porotos de manteca
este año no dan pa un guiso
porque les cayó granizo
y son pura chaucha hueca,
los «moñatos» con la seca
se arrollan como en el fuego,
y si a la virgen le ruego
que no se sequen del todo
llueve mucho y de ese modo
se pudren pasaos de riego.

El alfalfa en este pais
parece una maldición,
la lagarta o el pulgón
le comen hasta la raiz
y cuando uno planta maiz
y no hace más que cuidarlo,
pa más tarde saborearlo
convertido en mazamorra,
aparecen las cotorras
y no le dejan ni el marlo.

Si hace daño un hormiguero
hay que echarse de barriga
y perseguir a la hormiga
hasta dar con el a'ujero,
después darle un tarro entero
del mejor insecticida,
pero con esta medida,
aunque le parezca raro,
matarlas sale más caro
que perdonarles la vida.

Hasta el campo está cansao
y no hay cosecha que rinda,
la chác'ra no es cosa linda
pa estar en ella enterrao;
yo quiero ser diputao
en vez de un triste paisano,
no cinchar como un enano
sino hacer cada vez menos,
comprarme perfumes güenos
y no andar jediendo a guano.

Gastar plata a troche y moche
sin sentir la carestía
y en vez de arar todo el día
garufiar toda la noche;
no andar a pie sino en coche
con distintivo en la chapa,
tomar whisky en vez de grapa,
eso es todo lo que quiero,
y en vez de ser un papero
poder estar con la «papa».

Prosiar desde la tribuna
una sarta de simplezas,
hacer bastantes promesas
pero no cumplir ninguna,
amasar una fortuna
pa colacarla a interés,
mentir un tiempo y después
tener un nuevo vehículo
y disfrutar del artículo
trescientos ochenta y tres.

Manejar pleitos y leyes,
hacer algún acomodo
y tener mucho de todo
pa vivir como los reyes;
hoy mesmo vendo los bueyes,
la pastera y el arao,
porque soy un avivao
que solo piensa en la plata;
es por eso mesmo, Tata,
que quiero ser diputao.
Abel Soria

Entre San Pablo y Carrasco

Comentarios del primer vuelo en avión.



Poniéndole cara de asco
y asujetándome el gorro
jinetié un avión a chorro
desde Brasil a Carrasco;
sin tiempo a besar un frasco,
pa coragiar en el cielo,
lo monté con gran recelo
de que un bicho tan grandote
pudiera tenerse a flote
sin partirse contra el suelo.

Me acomodé en un rincón
al lao de la ventanilla
ciñéndome con la hebilla
de semejante cinchón.
Y, en cuanto rugió el avión,
le pegué el grito al chofer:
---«Si no quiere obedecer
solicíteme socorro,
que si este bruto es a chorro,
yo lo puedo abastecer.»

Cuando al final remontó
que se lo llevaba el diablo
la gran ciudad de San Paulo
parecía Ituzaingó;
sirvieron un clericó,
masas y algunos güiscachos,
y distribuyendo tachos,
bandejas, frascos y latas,
cruzaron dos azafatas
y tres azafatos machos.

La que me sirvió el café,
que era una rubia bonita,
llevaba una pollerita
más corta que no se qué;
y entre dientes murmuré,
vichándola de reojo:
---«Si querés tantiar mi antojo,
tantiá, pero te prevengo
que con el susto que tengo
no puedo alegrar el ojo.»

Me corrió un chucho de frío
y ella dijo con donaire:
-No tema, son pozos de aire
que provocan un vacío.
¡Pensar que en el pueblo mío,
tal vez de puros mimosos,
nos ponemos fastidiosos
con los baches callejeros
y en los pagos brasileros
hasta el aire tiene pozos!

El que va encerrao a bordo
sufre cuando en el oído
se le amontona un zumbido
que cada vez es más gordo;
recordé, al dejarme sordo
las vibraciones aquellas,
que hay que prevenirse de ellas
masticando a dos cachetes
y, no teniendo chicletes,
eché mano al Tres Estrellas.

Cuando cruzó la azafata
le pedí: ---«Vaya delante
y adviértale al manejante
que afloje un poco la pata;
si el motor se le arrebata
recalentao como un foco,
no sea cosa que este loco
volando se desintegre.»
Y ella dijo: ---«En Puerto Alegre
vamos a bajar un poco.»

Saboreando la esperanza
de una resollada gruesa
recibimos la promesa
de aterrizar sin tardanza;
trasmitiendo la ordenanza
de apagar el cigarrillo,
gritaron en el pasillo
las cornetas bochinchudas
y yo guardé, por las dudas,
el bocao en el bolsillo.

Aflojó mi angustia terca
cuando el aludo gigante
tocó tierra muy campante
si perder ninguna tuerca;
y, al ver a la rubia cerca,
me brotó el instinto criollo
de prosiarle a aquel pimpollo
cuarto de hora sin relevo,
pero, al remontar de nuevo,
me volví a quedar sin rollo.

Al rato, observé clarito
las calles montevidianas
y no me faltaron ganas
de suplicar en un grito:
---«No te apurés, chofercito,
ni atropellés como el vasco
que pa acertarle a Carrasco
se requiere sangre fría,
y hay que usar más puntería
que pa escupir en un frasco.»

Mirando desde la altura
que la cancha era muy poca
pensé: ---«Si el chofer le emboca
yo prometo hacerme cura.»
Pero con marcha segura,
firme, serena y baquiana,
la bestia, enterita y sana,
posó en medio de la pista,
y ahora busco una modista
pa que me haga la sotana.

Como no hay chambón que acierte
yo pensé que esos coludos
eran diez veces más crudos
y bellaquiaban más fuerte;
pero ahora que, por suerte,
ya les he perdido el miedo,
no viajaré más a dedo
sino que lo haré en avión;
y, aunque el viaje sea a Raigón,
si no es en avión, me quedo.
Abel Soria

lunes, 15 de abril de 2013

La vida es sueño: soliloquio de Segismundo

Primer soliloquio de Segismundo en la obra de Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño.



¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice!

Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.

Sólo quisiera saber,
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer),
qué más os pude ofender,
para castigarme más.
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que yo no gocé jamás?

Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma,
o ramillete con alas
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma:
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?

Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas,
gracias al docto pincel,
cuando, atrevido y crüel,
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto:
¿y yo con mejor distinto
tengo menos libertad?

Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío:
¿y yo con más albedrío
tengo menos libertad?

Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad,
el campo abierto a su ida:
¿y teniendo yo más vida
tengo menos libertad?

En llegando a esta pasión
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegio tan süave,
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?

Ternero a las brasas

Otra de las aventuras del perro Juan Moreira.




Volvíamos de un arreo
a la villa 'e Biguerón
de embarcar en la estación
ganao pa Montevideo,
«tráibamos» hambre y deseo
de un sueño reparador
y el petiso Sofanor
dijo: «Voy a ver si salgo
a tratar de encontrar algo
pa ponerle al asador.»

Lo acompañaron el Moncho
y el mellao Algañaraz,
el primero, un cachafaz,
y el otro, un pardo rechoncho;
yo, acomodándome el poncho,
hice el fuego y, de repente,
volvió trayendo la gente
medio de arrastro, enlazao,
a un ternero colorao
con una mancha en la frente.

Allí no más lo maniaron
y, sin darle ni resuello,
lo pasaron a degüello
y enseguida lo cuerearon,
y después se disculparon:
«Nos moríamos sin comida,
y este ternero enseguida,
en un gesto extraordinario,
se ofreció de voluntario
para salvarnos la vida.»

Casi sin dejarlo orear
lo pusieron en las brasas
y, entrando a llorar la grasa,
empezó el mate a girar;
y, cuando se entró a dorar,
la luna quebró su brillo
en la hoja de los cuchillos
devastando a troche y moche,
sólo se oía en la noche
el mascar de los carrillos.

Yo cortaba grandes trozos
pa Juan Moreira y pa mí,
y nos hartamos así
con el asao más jugoso;
en eso, la voz de un mozo
que apareció en un petiso,
interrumpió de improviso,
y mirando de soslayo
nos gritó desde el caballo:
«Buenas noches, con permiso...»

»Quiero saber, buena gente,
si por aquí no ha pasao
un ternero colorao
con una mancha en la frente;
Voy a hablarles francamente:
mi padre, santo varón,
sin saber por qué razón
y causándonos gran pena,
las noches de luna llena
se nos vuelve lobisón.»

»Hoy se nos ha transformao
en un ternero machazo
y yo, rastreándole el paso,
hasta acá mesmo he llegao.»
Y, al ver el cuero colgao
y el hueserío esparcido,
el mozo dio un alarido
gritando desde la silla:
«¡Lo han asao a la parrilla,
tata, tata, lo han comido!»

Juan Moreira en unas matas
parecía echar las tripas
y yo no caí de chiripa
desmayao en la fogata;
los dos clavamos la pata
haciendo tronar el piso
y, enfrentando el compromiso,
quedaron lejos, pa atrás,
Sofanor, Algañaraz,
el Moncho y el del petiso.
Washington Montañés

Juan Moreira el karateka

Una de las aventuras del perro Juan Moreira, al que hizo famoso el payador Gabino Sosa. «Las historias del perro Juan Moreira»  fueron ideadas y escritas por Washington Montañés.



Don Pereira, el hacendao,
tenía un perro barcino
que era un demonio asesino
a matar acostumbrao;
varios cuzcos del poblao
en su prontuario tenía,
de improviso les salía,
los corría, los alcanzaba,
de un mordiscón los mataba
y después se los comía.

Pereira, con el orgullo
de ser dueño de esa fiera,
desafiaba al que tuviera
un perro mejor que el suyo;
y apostó mucho mangrullo
que tenía en su caja 'e fierro
diciendo: «El trato le cierro
al primero que me muestre
otro perro que demuestre
ser más hombre que mi perro».

Juan Moreira, amigo fiel,
compañero hasta la muerte
en las vueltas de la suerte
o en la desgracia más cruel,
como el gallo al que Gardel
le cantó en forma tan grata,
me mordía la alpargata
desgarrándome el talón
como diciendo: «Patrón,
ya sabe..., si anda sin plata».

Y como Pereira un día,
con su soberbia insolente,
me desafió ante la gente
reunida en la pulpería
diciendo que yo tenía
perro pa hacer papelones,
le grité: «A ciertos matones
mi perro, por sus caprichos,
los va a dejar sin pichichos
y también sin pantalones».

Y aquel combate imponente
se fijó con garantías
y plazo de veinte días
pa ponerlos frente a frente;
reconocí, de repente,
que cuando me enojo le erro,
había cometido el yerro
de exponer, ante la ofensa,
la integridad, la vergüenza
y la vida de mi perro.

Mi amigo, el japonesito
Yamimoto Sakayama,
karateka de gran fama,
descendiente de Hiro Hito,
me dijo: «Llame a Juancito
que yo lo plepalalé,
a peleal lo enseñalé,
poblesito Juan Moleila,
antes que el pel-lo 'e Peleila
te lo convielta en pulé».

Cuando llegó el día aquel
la gente en algarabía
acudió a la pulpería
como a la hacienda El Jagüel;
ya dentro del redondel
fue el barcino una saeta,
Juan ensayó una gambeta
y, saltando de repente,
le estampó estruendosamente
sus dos patas en la jeta.

Quedó el barcino terciao
en un palo de la valla
pero volvió a la batalla
más furioso y encrespao,
de pronto, quedó parao,
estupefacto, intranquilo
porque Juan, con gran estilo
parao como los humanos,
manejaba las dos manos
cortando el aire de filo.

Dominando el alboroto
se oían con nitidez
los pases que en japonés
le ordenaba Yamimoto;
parecía un terremoto
aullando la gradería
porque la gente intuía
que, jugándose la vida,
en la próxima embestida
un gladiador moriría.

Y atacó la bestia airada
con un ímpetu salvaje
y Juan, haciendo un viraje,
dejó libre la pasada,
y, antes de que en la frenada
volviera la cabezota,
Juan Moreira dio la nota
en la espalda de sabueso
con una llave al pescuezo
que casi los descogota.

Pegando un gran alarido,
como hacen los japoneses,
Juan apretaba con creces
la garganta del herido
que, medio asfixiao, vencido
y ya perdido su aplomo,
andaba sin saber cómo
en círculos imprecisos
como un perro de dos pisos
con Juan Moreira en el lomo.

Y Pereira, el hacendao,
en una crisis nerviosa
se comió un ramo de rosas
que una vieja le había dao;
con su orgullo revolcao
viendo su perro perdido
ante el público reunido,
colorao como toronja,
tiró en la arena la esponja
declarándose vencido.
Washington Montañés

Las Mil Millas Orientales



Cuando mi zarco maceta
se empezó a poner bichoco,
pa que descansara un poco
me compré una bicicleta;
aunque bellaca y repleta
de mañas y de cosquillas,
yo, que he domao cien tropillas,
en un mes, la hice de andar
y me largué a disputar
la penca de las Mil Millas.

Me julepió de endeveras
largar de Montevideo,
con mi chiva de paseo
entre chivas parejeras,
puras marcas extranjeras
de diferentes naciones;
yo de bombachas marrones
parecía mas ridículo
al dir montando un vehículo
fabricao en Canelones.

Mencionando a cada hombre
mezclaba el altoparlante
la firma de un comerciante
y productos de renombre;
cuando se anunció mi nombre
ya no me sentí tan solo;
fui presentao por Manolo
y Ezequiel Echeverría
con su tambo, lechería
y venta de cuartirolo.

Pregunté el itinerario
y agarré velocidad
y pasé por Libertad
seguido de un adversario;
al cruzar frente a Rosario
le dentró la parsimonia
y cuando llegué a Colonia
punto final de la etapa
me recibieron con grapa
y una linda ceremonia.

Por la ciudad rosarina
volvió a cruzar mi persona
y pasando por Cardona
llegué a Santa Catalina;
un pelotón en la esquina
me quiso tender sus redes
y entre espadas y paredes
crucé el pueblito Rodó
pero al fin primero yo
chupando grapa en Mercedes.

Más rápido que los vientos
y contra el viento reinante,
llegué lejos adelante
a los pagos de Fray Bentos;
sin ponerme linimentos
pa aliviar el caracú,
fresquito como un ombú
y más fuerte que las rocas
tomé una grapa en Tres Bocas
y dos más en Paysandú.

Cuando salimos de allí
se me ocurrió hacer un alto
y antes de llegar a Salto
tomé grapa en Chapicuy;
al rato me les perdí
detrás de la «polvadera»
y dando la vuelta entera
finalicé la jornada
tomando grapa cortada
en la ciudad sanducera.

Compré un radio transitor
y frente a Young lo prendí
cuando al referirse a mí
anunciaba el locutor:
-El raro competidor
de asombrosa calidad,
rey de la velocidad
que siempre se nos escapa,
debe estar chupando grapa
en un bar de Trinidad.

En la siguiente partida
hice más fuerza que un asno
y tomé grapa en Durazno,
Sarandí Grande y Florida;
llegué a la meta enseguida
con ventaja de una hora
y entretuve la demora
estudiando bien el mapa
después de llenar con grapa
el chifle y la cantimplora.

Salí como una luz mala
en el siguiente eslabón
tomé grapa en San Ramón
y tomé grapa en el Tala;
me armé un cigarro de chala,
me compré unas golosinas;
en Migues robé gallinas,
pinché mi chivita guapa,
puse un parche, tomé grapa
y llegué primero a Minas.

En el último escarceo
y con una tranca loca,
pasé primero por Soca
por Pando y Montevideo;
me entregaron el trofeo
y al abrazarme mi amada
me vi montado en la almohada
escuchando al despertar:
---«¡Dejate de pataliar
que me tirás la frazada!»

Sabiendo inútil mi empeño
de competir y vencer
me dio rabia comprender
que todo había sido un sueño;
y me sentí tan pequeño,
tan derrotao, tan vencido
que pa bien de hallar olvido
le saqué al chifle la tapa,
me tomé un litro de grapa
y volví a quedar dormido.