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lunes, 15 de abril de 2013

Juan Moreira el karateka

Una de las aventuras del perro Juan Moreira, al que hizo famoso el payador Gabino Sosa. «Las historias del perro Juan Moreira»  fueron ideadas y escritas por Washington Montañés.



Don Pereira, el hacendao,
tenía un perro barcino
que era un demonio asesino
a matar acostumbrao;
varios cuzcos del poblao
en su prontuario tenía,
de improviso les salía,
los corría, los alcanzaba,
de un mordiscón los mataba
y después se los comía.

Pereira, con el orgullo
de ser dueño de esa fiera,
desafiaba al que tuviera
un perro mejor que el suyo;
y apostó mucho mangrullo
que tenía en su caja 'e fierro
diciendo: «El trato le cierro
al primero que me muestre
otro perro que demuestre
ser más hombre que mi perro».

Juan Moreira, amigo fiel,
compañero hasta la muerte
en las vueltas de la suerte
o en la desgracia más cruel,
como el gallo al que Gardel
le cantó en forma tan grata,
me mordía la alpargata
desgarrándome el talón
como diciendo: «Patrón,
ya sabe..., si anda sin plata».

Y como Pereira un día,
con su soberbia insolente,
me desafió ante la gente
reunida en la pulpería
diciendo que yo tenía
perro pa hacer papelones,
le grité: «A ciertos matones
mi perro, por sus caprichos,
los va a dejar sin pichichos
y también sin pantalones».

Y aquel combate imponente
se fijó con garantías
y plazo de veinte días
pa ponerlos frente a frente;
reconocí, de repente,
que cuando me enojo le erro,
había cometido el yerro
de exponer, ante la ofensa,
la integridad, la vergüenza
y la vida de mi perro.

Mi amigo, el japonesito
Yamimoto Sakayama,
karateka de gran fama,
descendiente de Hiro Hito,
me dijo: «Llame a Juancito
que yo lo plepalalé,
a peleal lo enseñalé,
poblesito Juan Moleila,
antes que el pel-lo 'e Peleila
te lo convielta en pulé».

Cuando llegó el día aquel
la gente en algarabía
acudió a la pulpería
como a la hacienda El Jagüel;
ya dentro del redondel
fue el barcino una saeta,
Juan ensayó una gambeta
y, saltando de repente,
le estampó estruendosamente
sus dos patas en la jeta.

Quedó el barcino terciao
en un palo de la valla
pero volvió a la batalla
más furioso y encrespao,
de pronto, quedó parao,
estupefacto, intranquilo
porque Juan, con gran estilo
parao como los humanos,
manejaba las dos manos
cortando el aire de filo.

Dominando el alboroto
se oían con nitidez
los pases que en japonés
le ordenaba Yamimoto;
parecía un terremoto
aullando la gradería
porque la gente intuía
que, jugándose la vida,
en la próxima embestida
un gladiador moriría.

Y atacó la bestia airada
con un ímpetu salvaje
y Juan, haciendo un viraje,
dejó libre la pasada,
y, antes de que en la frenada
volviera la cabezota,
Juan Moreira dio la nota
en la espalda de sabueso
con una llave al pescuezo
que casi los descogota.

Pegando un gran alarido,
como hacen los japoneses,
Juan apretaba con creces
la garganta del herido
que, medio asfixiao, vencido
y ya perdido su aplomo,
andaba sin saber cómo
en círculos imprecisos
como un perro de dos pisos
con Juan Moreira en el lomo.

Y Pereira, el hacendao,
en una crisis nerviosa
se comió un ramo de rosas
que una vieja le había dao;
con su orgullo revolcao
viendo su perro perdido
ante el público reunido,
colorao como toronja,
tiró en la arena la esponja
declarándose vencido.
Washington Montañés