La «junta de embarre» siento
que es una cosa pasada
porque ha sido reemplazada
por el bloque de cemento;
yo sí viví estos momentos
cuando esta tradición
capeaba por mi región
en los meses de verano
y su recuerdo vegano
hoy me abriga el corazón.
Desde hora muy temprana
venía llegando la gente
de lugares diferentes
y al fresco de la mañana;
para comenzar con ganas,
es decir, con energía,
unas veces nos servía
costilla asada y café,
con mondongo, con bistec,
según como se quería.
A las ocho, más o menos,
ya los viejos del lugar
terminaban de rociar
las pilas sobre el terreno;
habían dejado al sereno
las pajas secas de arroz,
el dueño alzaba la voz,
gritaba «Muchachos, vamos,
azoquen que hoy terminamos,
si así lo permite Dios».
Luego se echaban el brazo
formando los grupos talla,
comenzaba la batalla
al compás, marcando el paso;
el calor de un lamparazo
de un jarrón que circulaba
las gargantas calentaba
pa comenzar las «actúa»
con chacotas y con púa
de gente que sí gritaba.
Cuando el barro estaba a punto
no todos podían pastiarlo
y por el aire aventarlo
para que cayera junto;
cargar el barro era asunto
hasta de la chiquillera
pero embarrar sólo era
de unos cuantos el trabajo
que empezaban desde abajo
para que no se cayera.